Vacaciones. Tiempo de ocio, de respirar, de salir y que te de un poco el aire, de dormir hasta tarde, de acostarte tarde, en definitiva, de olvidarte de las rutinas que te tienen atado con cadenas de diamante, y que hacen imposible hasta rascarte cinco segundos, sin poder pensar en que mañana tengo que hacer un examen.
Vacaciones. Todo parece felicidad, y campanas celestiales sonando, hasta que despiertas una buena mañana a escasos días del fin de éstas, y piensas "Tengo cosas pendientes". Deberes, un examen, un trabajo... cualquier cosa es válida para dejarla aparcada a un lado en tus prioridades.
Vacaciones. Que se convierten en un infierno, cuando en los dos o tres últimos días, intentas hacer todo aquello que habías olvidado. Y te sorprendes, cuando ves que en ese corto plazo de tiempo, has podido hacer más que en meses de duro trabajo.
Vacaciones. Esa satisfacción al acostarte el último día de relax, pensando en que tienes todo hecho, en que has podido acabar las obligaciones, pero a veces tu mente te vuelve a traicionar, y abres los ojos a las cinco de la mañana pensando "¡El trabajo para Filosofía!"
Y en ese momento... ¿qué haces?
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