viernes, 31 de julio de 2015

Vivimos en una sociedad de competencia.

Y sin duda, eso es lo que voy a hacer por aquí en el día de hoy.

Vivimos en una sociedad en la que la corrupción llega hasta nuestras pequeñas realidades. En la que la corrupción ha trascendido de un estado y se lleva a cabo en las empresas, en las pequeñas empresas, y se ve como algo normal. Como si fuera natural.

Premiamos la corrupción, siempre y cuando esa corrupción nos beneficie. Premiamos la falta de trabajo, las ganas de aplastar al débil, la codicia y la pereza... siempre y cuando no repercute al empresario capitalista que solo busca tener el bolsillo lleno a costa de... sí, aplastar al débil.

Hemos creado una sociedad en la que la competencia lidera nuestras vidas, nuestros trabajos, y vemos el trabajo en equipo como algo malo, perjudicial, y algo a erradicar. Porque con el trabajo en equipo es imposible salirse uno con la suya.

¿Qué tan importante es una persona que aumenta los beneficios? ¿Qué tan importarte es una persona que es incapaz de trabajar en equipo, y que se aprovecha del aumento de beneficios que otros le otorgan para aumentar sus beneficios por el simple hecho de ostentar un rango mayor de cara a un trabajo?

No hay nada más peligroso que el obrero que desea emular al capitalista.

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