Hay mañanas en las que es mejor no levantarse. Hay mañanas en las que sólo deseas quedarte en la cama, dando vueltas porque el calor no te permite encontrar una buena postura, y a la vez disfrutando de esas pequeñas corrientes de aire que se cuelan por tu ventana.
Hay días en los que te metes en la ducha y no tienes ganas de salir de allí. En los que te sentarías en la bañera y dejarías que el agua cayera por tu cuerpo, en los que coger la esponja pesa y te tienes obligar a seguir tu rutina de cuidado facial porque sino tirarías a la mierda todo el trabajo realizado.
Hay veces en las que no sabes qué desayunar. No tienes ganas de nada, comes por que sabes qué tienes que comer, aunque en el fondo estás deseando que llegue la noche para volver a la cama y dormir, para que se te pase ese día.
Hay ocasiones en las que tienes que salir de casa, te tienes que arrancar el pijama y arrastrarte hasta el armario para coger algo y vestirte. En los que te peinas de cualquier manera y en los que no te pintas, aunque sabes que tienes grandes ojeras y la cara llena de marcas de granos.
En los que te quedas en el sofá tirada, mirando cualquier cosa, aunque sin ver nada. En los que es la costumbre la que te hace levantarte para ir a la cocina y ser fiel a tus costumbre de echarte una taza de leche con chocolate instantáneo.
Y realmente no estás triste. No sientes tristeza, porque tampoco hay motivo para estarlo. Simplemente estás apática. Porque hay días en los que te levantas feliz, y hay días en los que te levantas apática. Pero no pasa nada. La vida es así. El ser humano es así.
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