Frente a lo que debería ser un anuncio, un espacio en el que te venden un producto con una serie de características y tratan de convencerte de que lo compres, nos encontramos con que los anuncios no son más que mentiras, y no porque nos engañen en las características de lo que desean vender.
Pensemos en cualquier anuncio que veamos hoy día en la televisión.
Nos encontramos coches con los que recorrer cientos de kilómetros, en los que vivir cientos de aventuras, en los que reír, en los que sentir. Bien, ¿podeís enumerarme alguna de las características de esos coches? Más allá de lo típico que ya todos conocemos. ¿Qué diferencia un coche de otro?
Pensemos ahora en los anuncios de hoteles. Más de lo mismo. Supermercados, comidas... Todos los anuncios que ofrecen un producto, un servicio, sólo se limita a contarte una anécdota, una historia, una leyenda que te podría pasar a ti también si compras.
Al ser humano sólo le interesa vivir aventuras, solo le interesa comprarse ese coche con el que el protagonista del anuncio ha llegado al fin del mundo, aunque él sólo lo vaya a utilizar para ir al trabajo, y, quizás, alguna que otra escapada al pueblo de la familia.
Pero tiene en la cabeza que está conduciendo el coche de los campeones, siente que por un momento su vida es la vida de esos protagonistas del anuncio. Se sienta en el asiento y se siente importante, se acomoda y coloca las manos en el volante para sentirse como un dios.
Por un momento deja de ser quien es para ponerse en la piel de otra persona. Deja su mundana vida, para convertirse en otra persona. Y la verdad es que esta nueva persona no se diferencia mucho de la que sale en el anuncio, instándote a que compres ese coche, a vivir todas esas aventuras que él vive solamente porque tiene ese coche.
Al fin de cuentas, ambos son actores.
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